“Aborto” por Andrea Dworkin

12-JUL
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Norman Mailer declaró durante los años sesenta que el problema de la revolución sexual era que había llegado a manos de las personas equivocadas. Tenía razón. Había llegado a las manos de los hombres.

La idea pop era que coger era bueno, tan bueno que cuanto más hubiera de eso, mejor. La idea pop era que la gente debería coger a quien quisiera: traducido para las chicas, esto quería decir que las chicas deberían querer ser cogidas–la mayor parte del tiempo que fuera humanamente posible. Para las mujeres, lamentablemente, todo el tiempo es humanamente posible con suficientes cambios de compañero. Los hombres sueñan con la frecuencia con relación a sus propios patrones de erección y eyaculación. Las mujeres fueron cogidas mucho más de lo que los hombres cogieron.

La filosofía de la revolución sexual es anterior a los años sesenta. Aparece en ideologías y movimientos de izquierda regularmente -en la mayoría de los países, a lo largo de distintos períodos, manifiesta en varias “tendencias” de izquierda. Los años sesenta en Estados Unidos, repetidos en distintas tonalidades a lo largo de Europa Occidental, tuvieron un carácter particularmente democrático. No hacía falta leer a Wilhelm Reich, aunque hubo quien lo hizo. Una banda de desgraciados que odiaban hacer el amor estaban haciendo la guerra. Una banda de chicos que amaban las flores estaban haciendo el amor y negándose a hacer la guerra. Estos chicos eran maravillosos y bellos. Querían la paz. Hablaban de amor, amor y amor, no amor romántico, sino amor por la humanidad. Crecieron, se dejaron el pelo largo y se pintaron la cara y usaron ropa de colores y se arriesgaron a ser tratados como nenas.Al resistir ir a la guerra, eran cobardes y débiles y unas nenitas. No es raro que las chicas de los años sesenta pensaran que estos chicos eran sus amigos especiales, sus aliados especiales, amantes todos y cada uno de ellos.Las chicas eran idealistas. Odiaban la guerra de Vietnam y sus propias vidas, a diferencia de las de los chicos, no estaban en juego. Odiaban la intolerancia racial y sexual sufrida por las personas negras, en particular por los hombres que eran las figuras en situación de riesgo más visible. Las chicas no eran todas blancas, pero de todos modos el hombre negro era la figura de empatía, la figura que deseaban proteger de pogroms racistas.

La violación era vista como una táctica racial: no como algo real usado en un contexto racista para aislar y destruir hombres negros de maneras específicas y estratégicas, sino como un invento de la mente racista. Las chicas eran idealistas porque, a diferencia de los hombres, muchas de ellas habían sido violadas; su vida estaba en juego. Las chicas eran idealistas especialmente porque creían en la paz y la libertad tanto que hasta pensaron que también habían sido pensadas para ellas. Sabían que sus madres no eran libres–veían las vidas femeninas, pequeñas y restringidas – y no querían ser como sus madres. Aceptaban la definición de libertad sexual de los chicos porque eso, más allá de cualquier otra idea o práctica, las hacía diferentes a sus madres. Mientras que sus madres mantenían el sexo en secreto y en privado, con tanto miedo y vergüenza, las chicas proclamaban al sexo como su derecho, su placer y su libertad.Censuraban la estupidez de sus madres y se aliaban en términos declaradamente sexuales con los chicos de pelo largo que querían paz, libertad y coger por todas partes. Esta era una visión del mundo que sacaba a las chicas de los hogares en los que sus madres eran cautivas aburridas o autómatas y al mismo tiempo convertían a todo el mundo, potencialmente, en el mejor hogar posible. En otras palabras, las chicas no dejaron su hogar para encontrar aventuras sexuales en una jungla sexual: dejaron su hogar para encontrar un hogar más tibio, más grande, más abarcativo.

El radicalismo sexual fue definido según términos clásicamente masculinos: cantidad de compañeros, frecuencia, variedad (por ejemplo, sexo grupal), la voluntad de tener sexo. Todo debía ser esencialmente igual para chicos y chicas: dos, tres o la cantidad de personas en comunidad que fuera. Era esa disminución en la polaridad de género esencialmente lo que mantenía a las chicas en el trance, aun después de que la cogida revelara que los chicos eran hombres después de todo. Había sexo forzado – sucedía a menudo, pero el sueño continuaba vivo. El lesbianismo jamás fue aceptado como “hacer el amor” en sus propios términos sino más bien como una ocasión un poco pervertida para el voyeurismo masculino y la cogida eventual de dos mujeres mojadas; a pesar de eso, el sueño continuaba vivo. Se jugueteaba con la homosexualidad masculina, que era vagamente tolerada, pero despreciada en gran medida, y también temida, porque por más flores que adornaran a los hombres heterosexuales, ellos no podían soportar ser cogidos “como mujeres; pero, a pesar de eso, el sueño continuaba vivo. Y en la base del sueño, para las chicas, había un sueño empatía sexual y social que negaba las estructuras de género, un sueño de igualdad sexual basada en lo que hombres y mujeres tenían en común, eso que los adultos trataban de matar en ti a medida que te hacían crecer. Era un deseo de una comunidad sexual más como la infancia – antes de que las niñas fueran aplastadas y segregadas. Era un sueño de trascendencia sexual: trascender el mundo masculino-femenino absolutamente dicotomizado de los adultos que hacían la guerra y no el amor. Era – para las chicas – un sueño de ser menos femeninas en un mundo menos masculino; una erotización de la igualdad entre herman@s, no la dominación masculina tradicional.

Desearlo no hizo que sucediera. Actuar como si sucediera, no hizo que sucediera. Proponerlo de comunidad en comunidad, a hombre tras hombre, no hizo que sucediera. Hornear pan y manifestarse contra la guerra no hizo que sucediera. Las chicas de los sesentas vivieron en lo que los Marxistas llaman, aunque en este caso, no lo consideren así, una contradicción. Precisamente al tratar de erosionar los límites del género a través de un aparentemente único estándar de práctica de liberación sexual, participaron más y más en el acto más cosificador del género: coger. Los hombres se volvieron más masculinos, el mundo de la contracultura se volvió más agresivamente dominado por hombres- Las chicas se volvieron mujeres – se encontraron poseídas por un hombre o un hombre y sus amigos (en el lenguaje de la contracultura, sus hermanos – de él y de ella también), intercambiadas, violadas en grupo, coleccionadas, colectivizadas, cosificadas, convertidas en la cosa más hot de la pornografía y socialmente re-segregadas en roles tradicionalmente femeninos. Hablando empíricamente, la liberación sexual fue practicada por mujeres en una amplia escala en los años sesenta y no funcionó: es decir, no liberó a las mujeres. Su propósito – así resultó – fue liberar a los hombres para usar a las mujeres sin restricciones burguesas, y en eso sí fue exitosa. Una consecuencia para las mujeres fue una intensificación de la experiencia de ser sexualmente femenina – el exacto opuesto de lo que aquellas chicas idealistas habían imaginado para sí. Al experimentar una amplia variedad de hombres en una amplia variedad de circunstancias, las mujeres que no eran prostitutas descubrieron la naturaleza impersonal- y determinada por la clase- de su función sexual. Descubrieron la total irrelevancia de sus propias sensibilidades sexuales en términos individuales, estéticos, éticos o políticos (sensibilidades que fueran caracterizadas por hombres como femeninas, o burguesas, o puritanas) mientras los hombres la practicaban. El estándar sexual era la cogida de hombre a mujer y la mujer servía a ese estándar, pero ese estándar no servía a la mujer.

En el movimiento de liberación sexual de los sesentas, en su ideología y práctica, ni la fuerza ni el estatus subordinado de la mujer era un tema a considerar. Se dio por descontado que -libre de represiones – todo el mundo quería coito todo el tiempo (los hombres, por supuesto, tenían otras cosas importantes que hacer, las mujeres no tenían razón legítima alguna para no querer ser cogidas) y se dio por sentado que en las mujeres, la aversión al coito, o no llegar al clímax en el coito, o no querer el coito en un momento dado o con un hombre en particular, o querer menos compañeros de los que había disponibles, o cansarse, o estar enojadas, eran signos y evidencias de represión sexual. Coger per se era libertad per se.

Cuando aparecía la violación – obvia, clara y brutal violación – era ignorada, a menudo por razones políticas si el violador era negro y la mujer blanca. Curiosamente, en una violación construida racialmente, era probable que se la considerara violación, aunque en definitiva fuera ignorada. Cuando un hombre blanco violaba a una mujer blanca, no había vocabulario para describirla. Era un suceso que tenía lugar por fuera del discurso político de la generación en cuestión y por lo tanto, no existía. Cuando una mujer negra era violada por un hombre blanco, el grado de reconocimiento dependía del estado de las alianzas entre hombres blancos y negros en el terreno social del que se tratara: según, en algún momento dado,estuvieran compartiendo mujeres o teniendo luchas territoriales por ellas. Una mujer negra violada por un hombre negro tenía la carga agregada y especial de no arriesgar perjudicar a su propia raza, particularmente en peligro por acusaciones de violación, por llamar la atención a cualquiera de estas brutalidades cometidas en su contra. Las golpizas y el coito forzado eran habituales en la contracultura. Aun más común era la coerción social y económica sobre las mujeres para tener sexo con hombres. Y aun así, no se reconocía la existencia de antagonismo alguno entre la fuerza sexual y la libertad sexual: una no excluía a la otra. Estaba implícita la convicción de que la fuerza no sería necesaria si las mujeres no fueran reprimidas; las mujeres querrían coger y no necesitarían ser forzadas a coger; de tal modo que era la represión y no la fuerza, lo que obstaculizaba la libertad.

La ideología de la liberación sexual, ya sea la pop o la más tradicional intelectual de izquierda, no criticaba, analizaba ni repudiaba el sexo forzado, ni exigía el cese de la subordinación social y sexual de las mujeres por parte de los hombres; ninguna de estas realidades se reconocían. Por el contrario, postulaba que la libertad para las mujeres consistía en ser más cogida, más seguido, por más hombres, una especie de movilidad lateral en la misma esfera inferior. Ninguna persona fue hecha responsable por actos sexuales forzados, violaciones, golpizas a mujeres, salvo que se culpara a las mujeres mismas – en general por no haber conformado en primer lugar. Estas eran, principalmente, mujeres que querían conformar – que querían la tierra prometida de la libertad sexual – y que aun así tenían límites, preferencias, gustos, deseos de intimidad con algunos hombres y no con otros, humores no necesariamente relacionados con la menstruación o las fases lunares, días en los que preferirían leer o trabajar, y eran castigadas por todas estas represiones puritanas, estas recaídas pequeño burguesas, estos diminutos ejercicios de voluntades aun más diminutas, que no estaban de acuerdo con las voluntades de sus hermanos-amantes: la fuerza era usada frecuentemente contra ellas, o eran amenazadas, o humilladas, o expulsadas. En el uso de la coerción para conseguir la conformidad sexual no se veía implícita ninguna disminución del flower power, la paz, la libertad, la corrección política o la justicia.

En el jardín de delicias terrenales conocido como la contracultura de los años sesenta, el embarazo irrumpía, casi siempre de manera agresiva, y aun en ese entonces era uno de los obstáculos reales para coger mujeres a demanda masculina. Volvía a las mujeres ambivalentes, reticentes, preocupadas, molestas, inclusive las impulsaba a decir “no”. A lo largo de los sesentas, la píldora anticonceptiva no era fácil de conseguir y ninguna otra cosa era segura. Las mujeres solteras tenían aun más problemas para acceder a métodos anticonceptivos, incluyendo el diafragma y el aborto era ilegal y peligroso. El miedo al embarazo daba una razón para decir que no: no solo una excusa sino una razón concreta difícil de disuadir o seducir para que desaparezca, aun con el argumento más astuto o deslumbrante por en nombre de la libertad sexual. Especialmente difíciles de influenciar eran aquellas mujeres que ya había tenido abortos ilegales.

Pensaran lo que pensaran sobre coger, lo experimentaran como lo experimentaran, les gustara lo que les gustara, lo toleraran lo que lo toleraran, sabían que para ellas tenía consecuencias de dolor y sangre y sabían que no tenía costo alguno para los hombres, salvo a veces, dinero. El embarazo era una realidad material y no se podía argumentar hasta hacerla desaparecer.

Una táctica usada para contrarrestar la inmensa ansiedad causada por la posibilidad de un embarazo era la alta estima en la que se tenía a las mujeres “naturales” – las mujeres que eran “naturales” en todo sentido, las que querían cogidas orgánicas (sin anticoncepción, no importa cuantos embarazos resultaran) y verduras orgánicas también. Otra táctica era hacer hincapié en la crianza comunal de los niños, prometerla. Las mujeres no eran castigadas de las formas convencionales por tener a los niños – no se las etiquetaba como “malas” ni se las esquivaba, pero eran frecuentemente abandonadas. Una mujer y su hij@ – pobre y casi una relativamente descastada- vagando por ahí dentro de la contracultura alteraba la calidad del hedonismo en las comunidades que invadía: el par madre-hijo encarnaba otra cepa de la realidad, una que no era muy bienvenida en general. Había mujeres solas luchando para criar hijos “libremente” y se interponían en el camino de los hombres que veían la libertad como la cogida – y la cogida se terminó para los hombres cuando se terminó. Esta mujeres con hijos hacían que las otras mujeres estuvieran un poco más sombrías, un poco más preocupadas, un poco más cuidadosas. El embarazo, el hecho del embarazo, era antiafrodisíaco. El embarazo, la carga del embarazo, hacía más difícil que los chicos de las flores se cogieran a las chicas de las flores, que no querían desgarrarse las entrañas ni pagarle a alguien para que lo hiciera, ni tampoco querían morir.

Fue el freno que el embarazo puso a la cogida que hizo del aborto un asunto político de alta prioridad para los hombres en los años 60 – no solo para los hombres jóvenes, sino también para los izquierdistas más viejos que ligaban algo de sexo de la contracultura y aun para hombres más tradicionales que cada tanto mojaban los pies en la piscina de las chicas hippies. La despenalización del aborto – porque ese era el objetivo político, era visto como el estímulo final: haría que las mujeres fueran absolutamente accesibles, absolutamente “libres”. La revolución sexual, para poder funcionar, requería que el aborto estuviera disponible a demanda para las mujeres. De otro modo, la cogida no estaría disponible a demanda para los hombres. Estaba en juego el ligar. No solo ligar, sino ligar de la manera en que grandes cantidades de chicos y hombres querían ligar – montones de chicas que lo deseaban todo el tiempo, fuera del matrimonio, gratis. La izquierda dominada por hombres agitaba y luchaba y argumentaba y hasta organizaba y apoyaba económica y políticamente los derechos abortivos de las mujeres. La izquierda militaba por el tema. Y luego, al final de los años sesenta, las mujeres que habían sido radicales en términos contraculturales, las mujeres que habían sido activas política y sexualmente, se volvieron radicales en nuevos términos: se hicieron feministas. No eran las amas de casa de Betty Friedan. Habían luchado en las calles contra la guerra de Viet Nam, algunas tenían edad como para haber peleado en el Sur por derechos civiles para los negros, y todo se había vuelto adulto sobre el lomo de esa lucha, y dios sabe que habían sido cogidas. Como escribió Marge Piercy en 1969 en una denuncia sobre sexo y política en la contracultura

Dar existencia a personal a través de la cogida es solamente la forma extrema de lo que sucede como práctica común en muchos lugares. Un hombre puede traer una mujer a una organización por dormir con ella y retirarla al dejar de hacerlo. un hombre puede purgar a una mujer por la única razón de que se cansó de ella, la embarazó o está atrás de alguien más: y esa purga se acepta sin levantar ninguna ola. Hay casos de mujeres excluidas de un grupo por la única razón de que uno de sus líderes fue impotente al estar con ella. Si un “líder” entra a un grupo lleno de “líderes” acompañado por una mujer y no la presenta, es extremadamente poco probable que nadie le pregunte el nombre o reconozca su presencia. La etiqueta que domina es la de “amo-sirviente” 5

O, como escribió Robin Morgan en 1970: “Hemos conocido al enemigo y es nuestro amigo. Y es peligroso” 6 Reconociendo el sexo forzado presente de modo tan feroz en la contracultura en el lenguaje de la contracultura, Morgan escribió: “Duele entender que en Woodstock o Altamont una mujer pueda ser declarada una estrecha o mala onda si no quiere ser violada”. 7 Estos fueron los comienzos: reconocer que los hermanos-amantes eran explotadores sexuales tan cínicos como cualquier otro explotador – ordenaban y menospreciaban y descartaban a las mujeres, las usaban para obtener y consolidar poder, las usaban por sexo y para trabajos de poca categoría, las usaban. Reconocer que la violación era un tema de absoluta indiferencia para estos hermanos-amantes que lo tomaban en cualquier forma en que pudieran conseguirlo, y reconocer que todo el trabajo por la justicia había sido hecho sobre las espaldas de mujeres explotadas sexualmente dentro del movimiento. “Pero seguramente”, escribe Morgan en 1968, “hasta un hombre reaccionario sobre este asunto puede darse cuenta que es realmente impactante oir a un joven “revolucionario” – supuestamente dedicado a construir un nuevo, libre, orden social para remplazar este, tan enviciado bajo el que vivimos – se dé vuelta y sin pensarlo un segundo, le ordene a “su chica” que se calle y haga la cena o lave sus medias, porque ahora está hablando EL. nos hemos acostumbrado a esas actitudes por parte del patán norteamericano promedio, ¿pero de este valiente radical?8

Fue el crudo y terrible descubrimiento de que el sexo no era hermano-hermana sino amo-sierva; que este nuevo valiente radical no quería solamente ser amo en su hogar sino pasha en su harén – lo que fue explosivo. Las mujeres se encendieron al descubrir que habían sido sexualmente usadas. Yendo más allá de la agenda masculina sobre liberación sexual, estas mujeres discutieron sobre sexo y política entre ellas – algo que no se había hecho ni aun cuando compartían la misma cama con el mismo hombre – y descubrieron que sus experiencias habían sido asombrosamente parecidas, incluyendo desde sexo forzado a humillación sexual a abandono a manipulación cínica, habiendo sido tratado como inferiores y como pedazos de culo. y los hombres se habían atrincherado en el sexo como poder: querían a las mujeres para la cogida, no para la revolución: estas dos resultaron ser diferentes después de todo. Los hombres se negaron a cambiar, pero, lo que es mucho más importante, odiaron a las mujeres por negarse a servirlos bajo los términos anteriores – ahí estaba, para quien quisiera verlo, exactamente como lo que era. Las mujeres dejaron a los hombres – en manadas. Las mujeres formaron un movimiento autónomo de mujeres, un movimiento feminista militante, para luchar contra la crueldad sexual que habían experimentado y para luchar por la justicia sexual que se les había negado. desde su propia experiencia – especialmente al ser forzadas e intercambiadas – las mujeres encontraron la primer premisa para su movimiento político: que la libertad para las mujeres descansaba en, y no podía existir sin, su absoluto control sobre su propio cuerpo en el sexo y la reproducción.

Esto incluía, no solamente el derecho a interrumpir un embarazo, sino también el derecho a no tener sex, a decir que no, a no ser cogida. Para las mujeres, esto llevó a varios grados de descubrimiento sexual sobre la naturaleza y la política de su propio deseo sexual, pero para los hombres fue un callejón sin salida – la mayoría jamás reconoció al feminismo salvo en términos de su propia depravación sexual; las feministas les estaban quitando la cogida fácil. Hicieron todo lo que pudieron para quebrar la espalda del movimiento feminista – y de hecho no se han detenido aun. De particular importancia es el cambio de idea y de políticas sobre aborto. El derecho al aborto definido como una parte intrínseca de la revolución sexual era esencial para ellos: ¿quién podría soportar el horror y la crueldad y la estupidez del aborto ilegal? El derecho a abortar definido como una parte intrínseca del derecho de una mujer a controlar su propio cuerpo, también en el sexo, era un tema de suprema indiferencia.

Los recursos materiales se agotaron. Las feministas dieron la batalla por la despenalización del aborto – en las calles y en los juzgados con apoyo masculino severamente disminuido. En 1973 la Suprema Corte dio a las mujeres el aborto legalizado: el aborto regulado por el Estado.

Si antes de la decisión de la Suprema Corte en 1973 los hombres de izquierda mostraban una indiferencia feroz a los derechos al aborto en términos feministas, luego de 1973 la indiferencia se transformó en hostilidad abierta, las feministas tenían el derecho al aborto y seguían diciendo que no- no al sexo en términos masculino y no a la política dominada por esos mismos hombres. El aborto legalizado no puso a estas mujeres más disponibles para el sexo; por el contrario, el movimiento de mujeres crecía en tamaño e importancia y el privilegio sexual masculino estaba siendo desafiado con mayor intensidad, mayor compromiso, mayor ambición.

El hombre de izquierda se alejó del activismo político: sin la cogida fácil, no estaban preparados para involucrarse en política radical. En terapia descubrieron que habían tenido personalidad en el vientre materno, que habían sufrido traumas en el vientre materno. La psicología fetal – seguir la vida de un hombre hasta su origen en el vientre, donde, como feto, tenía un ser y una sicología propios – fue desarrollada desde la izquierda terapéutica (el residuo resultante de la izquierda masculina y contracultural) antes que desde el púlpito de cualquier religioso de derecha o legislador surgiera la idea de tomar partido políticamente sobre el derecho de ovarios fertilizados como personas a la protección de la Catorceava Enmienda, que es en definitiva el objetivo de los activistas anti-aborto.*

El argumento de que el aborto era una forma de genocidio dirigida particularmente hacia los negros ganó terreno político, aunque las feministas desde siempre basaron parte del argumento feminista sobre el tema en hechos reales y cifras – las mujeres negras e hispánicas morían y eran dañadas de manera desproporcionada en los abortos ilegales.

Ya en 1970, estas cifras estaban disponibles en Sisterhood Is Powerful: ” Las mujeres puertorriqueñas mueren 4.7 veces más que las mujeres blancas por consecuencias de abortos ilegales, mientras que las mujeres negras mueren 8 veces más que las blancas… En la ciudad de Nueva York, 80% de las mujeres que mueren por abortos son negras y mestizas” 9

Y en la izquierda no violenta, el aborto era cada vez más considerado como asesinato – asesinato en los términos más grandilocuentes. “El aborto es la cara doméstica de la carrera armamentista nuclear” 10 escribe un hombre pacifista en un texto de 1980, para nada extraño en la escala y tono de la acusación. Sin la cogida fácil, las cosas seguro habían cambiado del lado izquierdo.

El Partido Demócrata. hogar establecido de muchos grupos de Izquierda, especialmente luego del fermento de los 60s, había entregado los derechos al aborto ya en 1972, cuando George McGovern compitió contra Richard Nixon y se negó a tomar posición a favor del aborto para poder pelear contra la guerra de VietNam y por la presidencia sin distracciones. Cuando la enmienda Hyde, recortando la financiación de Medicaid para abortos, fue aprobada en 1976, tenía el apoyo de Jesse Jackson: mandó telegramas a todos los miembros del Congreso apoyando el recorte. Los recursos presentados demoraron la implementación de la enmienda, pero Jimmy Carter, elegido con la ayuda de grupos feministas y de izquierda en el Partido Demócrata, tenía a su hombre, Joseph A. Califano, Jr, responsable del entonces Departamento de Salud, Educación y Bienestar, para detener la financiación federal del aborto mediante una orden administrativa. Para 1977 la primera muerte documentada de una mujer pobre (hispánica) por un aborto ilegal aparecía: el aborto ilegal y muerte eran nuevamente realidades para las mujeres en los Estados Unidos. Delante de las llamadas enmienda de la vida humana y estatuto de la vida humana – una enmienda constitucional y un proyecto de ley definiendo un ovario fertilizado como ser humano – la izquierda masculina simplemente se hizo la muertita.

La Izquierda masculina abandonó los derechos al aborto por razones genuinamente horribles: los chicos no conseguían ponerla, había amargura e ira contra las feministas por liquidar un movimiento (al retirarse de él) que implicaba tanto poder como sexo para los hombres; además de la conocida y monstruosa indiferencia del explotador sexual – si no se la puede voltear, ella no es real.

La esperanza de la Izquierda masculina es que la pérdida de los derechos al aborto lleve a las mujeres nuevamente a las filas – hasta el miedo a perder estos derechos puede lograr eso, y la Izquierda masculina ha hecho lo que ha podido para asegurar la pérdida. La Izquierda ha creado un vacío que la Derecha ha intentado llenar con su expansión – esto lo hizo la izquierda abandonando una causa justa, con su década de quietismo, con su década de mohínes. Pero la izquierda no ha sido solamente una ausencia,ha sido una presencia, enfurecida con el hecho de que las mujeres controlen sus cuerpos, enfurecida con el hecho de que las mujeres se organicen contra la explotación sexual, que por definición, significa que las mujeres se organicen también contra los valores sexuales de la Izquierda. Cuando las feministas han perdido el aborto legal completamente, los hombres de izquierda las esperan de regreso – rogando por ayuda, adecuadamente escarmentadas, prontas para hacer un trato, prontas para abrir las piernas nuevamente. En la izquierda, las mujeres tendrán aborto en términos masculinos, como parte de la liberación sexual, o no tendrán abortos, salvo arriesgando morir.

Y los chicos de los años sesenta crecieron también. De hecho envejecieron. Ahora son hombres en la vida, no solo en la cogida. Quieren bebés. El embarazo obligatorio es medio que la única manera en que puede asegurarse de conseguirlos.