Recientemente ha aparecido en España una obra que no podemos resistir comentar con nuestra Lady. Se trata de Neoliberalismo Sexual (El Mito de la Libre Elección), de la filósofa Ana de Miguel. La obra ofrece, desde el feminismo de la igualdad, un análisis de las actuales sinergias entre dos sistemas sociales de opresión, el capitalista y el patriarcal. Pero también vuelve la mirada sobre sí misma para trazar una genealogía feminista – teórica y práctica – con la que hemos llegado al momento presente. Con todo, es además un enérgico toque de alerta respecto de ciertos discursos notablemente instalados en la práctica y la teoría del feminismo actual. Y eso es de ser muy Aguafiestington, y nos encanta. Una aportación así era necesaria y la celebramos.

El feminismo como movimiento social tiene a sus espaldas más de dos siglos de historia. Y si bien son indudables las victorias conseguidas, vemos cómo la ideología patriarcal que impregna la sociedad entera, lejos de ser destruida, se transforma, se reformula, muta para permanecer. Desde luego la historia del feminismo está plagada de traiciones de nuestros compañeros, los hombres, que si bien cuentan con las mujeres para la lucha, nos arrinconan después sin preocuparse demasiado por las explicaciones. Esto no sólo pone de manifiesto la dureza de la lucha feminista, también la de su camaleónico enemigo, el sistema patriarcal. En la actualidad, se nos presenta una aparente imagen de igualdad entre hombres y mujeres. Ya han sido superadas las barreras, y una mujer puede llevar la vida que desee. Su situación será, por lo tanto, fruto de su libre elección. Esta visión entronca perfectamente con las tesis neoliberales que imperan en la política actual; y se trata de una retorcida forma de ocultar una realidad social basada en múltiples discriminaciones, además de una defensa ideológica contra quienes pretendan teorizar y modificar dicha realidad. El imperante discurso de la libre elección como supuesto motor de las libertades ha tenido un impacto sobre la teoría y la práctica militante del feminismo.

Para comprenderlo, es necesario remontarse hasta los albores del s.XX, cuando después de un siglo de luchas sociales que consolidaron el feminismo como movimiento social, aparecieron las teorías construccionistas de género procedentes de varios campos del saber. La célebre antropóloga Margared Mead fue pionera con sus etnografías comparativas entre la sociedad estadounidense y la samoana, que ponían de manifiesto la especificidad cultural de los roles de género. Poco después y en la misma línea, desde el campo de la filosofía existencialista, Simone de Beauvoir aportaría la obra cuyo núcleo central se convertiría en la piedra angular del feminismo teórico. Tanto la estadounidense como la francesa contribuyeron enormemente a una teoría científica social crítica y feminista, cuyo objeto de análisis son las relaciones de dominación que se dan entre géneros en un marco socio-cultural patriarcal. Esto último debe ser remarcado a tenor de los cambios en el campo teórico que se han producido después, a finales del s.XX e inicios del XXI.

A mediados del siglo pasado, se inició en Occidente lo que se ha bautizado como la “revolución sexual”. Si bien en esta época se denunció – y las feministas tuvieron mucho que ver con ello – la atávica doble moral sexual y patriarcal; al mismo tiempo el sexo – y por ende, el cuerpo de la mujer – se convertía en un negocio muy rentable. Eran los años de la construcción del bloque capitalista y su Estado del Bienestar. Desde entonces, tanto en literatura, como en arte, cine, prensa y publicidad el sexo ha pasado a ocupar un lugar central. Ya sea para anunciar el más banal y cotidiano de los productos – o productos creados especialmente para prácticas sexuales – como para crear una obra maestra, en muchas ocasiones con un alto grado de misoginia. Esta centralidad del sexo de la cultura de masas capitalista parece haber preestablecido una demanda infinita y multiforme que reposa sobre una insistente idea: necesitamos sexo por encima de todas las cosas para ser felices en nuestra vida personal, nuestra sexualidad debe ocupar un lugar privilegiado en la construcción de nuestra identidad individual. Pero, adivinen: las mujeres tampoco salimos bien parada de esta sexualización de la sociedad de consumo. Las feministas de los 60’s supieron ver la mercantilización del cuerpo de la mujer inherente a este nuevo contexto y protestaron contra ello.

En la academia las cosas no fueron así, y la nueva fiebre sexual se dejó ver con el desplazamiento del foco del análisis desde los estudios propiamente de género a los estudios entorno a la sexualidad y la orientación e identidad sexual individual. Lo que ha sido denominado como teoría queer – siendo Judith Butler uno de sus máximos exponentes -, si bien parte de las bases construccionistas establecidas por la teoría feminista, se ha decantado precisamente y acorde con el nuevo contexto posmoderno por la de-construcción ya no del sistema patriarcal, si no también de la misma lucha de las mujeres por la igualdad, negándole al feminismo un sujeto colectivo entorno al que articularse al sostener que la categoría de “mujer” no existe. Lo único que parece existir según dicha teoría es la performatividad individualista de la propia inclinación sexual, y cualquier sexualidad o práctica sexual que transgreda la heteronormatividad del sistema es tomada como subversiva. Ya sea el sexo anal, el sadomasoquismo o la prostitución. Cabe preguntarse, como hace la autora, si las orgías de dirigentes políticos, las novelas del Marqués de Sade o siglos de esclavitud sexual han contribuido a subvertir las desiguales relaciones de poder entre los géneros. Porque parece que ha sido todo lo contrario. Y de hecho la misma idea de transgresión es ampliamente utilizada todos los días por la publicidad capitalista. Sin embargo, a la sombra de tales nuevas y deslumbrantemente sexys teorías que nos hacen sentir rompedoras y transgresoras quedan los análisis feministas de antaño, que abordaban el acceso diferenciado a los recursos, la feminización de la pobreza o las cargas sociales productivas y reproductivas socialmente inherentes a la mitad supuestamente inexistente de la humanidad, la “mujer”.

A pesar de esta elegante invisibilizacións del feminismo y de la mujer que suponen estas nuevas teorías, lo cierto es que han tenido un gran éxito en la academia. Multitud de trabajos centrados en sexualidad e identidad se han inscrito es esta corriente de investigación social. Quizás debería levantar suspicacias sobre su capacidad subversiva la rapidez con la que se ha extendido. Además han revertido inexorablemente sobre la práctica militante feminista; la cual se ha ido centrando más en reivindicaciones de carácter sexual e individual, encajando con los postulados de la libertad sexual patriarcal capitalista y de mercantilizción del cuerpo de la mujer. En el debate sobre prostitución entre distintas corrientes que se presentan como feministas es donde mejor se puede apreciar esta tendencia. La tesis regulacionista de la prostitución, que – como decíamos hace poco- parte de los postulados liberales individualistas sobre la supuesta libre elección, se ha sumado al carro teórico queer, que le proporciona una retorcida coartada intelectual y moral para convencernos de que ejercer la prostitución puede liberarnos como individuos. Las sufragistas inglesas del s.XIX, acusadas muchas veces de blancas burguesas, tuvieron esto mucho más claro, y siempre se posicionaron contra la institución de la prostitución, como también hicieron feministas socialistas como Flora Tristán en la misma época.

Es necesario reparar en la conjunción del discurso neoliberal de la libre elección, la sexualización de la sociedad de consumo y la lucha por la liberad de las mujeres. Ciertas personalidades, tanto de la política como de la academia, abogan por convertir el cuerpo en una mercancía mientas enarbolan la bandera de la libertad sexual femenina y llaman retrógradas y puritanas a las feministas cuyo análisis y posición no parte de insustanciales premisas como la “libre elección” ni obvian el determinante contexto en que se dan esas libres elecciones. Como señala De Miguel hacia el final de su texto: “Esta defensa de la libertad de elección de las mujeres se ha convertido en un elemento muy importante de la desvirtuación del discurso feminista. Se apela a la libre elección como si esta fuera el fundamento del feminismo, y se resta valor al análisis de una estructura social generalizada y patriarcal que actúa determinando de forma coactiva las elecciones personales. La teoría feminista es una teoría crítica del poder y no una teoría neoliberal de la preferencia individual”. (De Miguel, 2015: 339)

Si la aparición del texto de Ana de Miguel – que trata sobre todo esto y más – nos parece tan relevante es porque se nos hace cada vez más evidente la influencia de ese neoliberalismo sexual en la militancia política feminista. Incluso mujeres femninstas de organizaciones comunistas han dejado de lado su legado feminista y socialista para leer a Butler con fruición y convertirla en una nueva Simone de Beauvoir. Pero ninguna idea neoliberal es compatible con la práctica ni la teoría feministas, y el panorama actual y futuro se presentan preocupante en ese sentido.

Es urgente para el movimiento feminista volver a articularse entorno a un sujeto que nos una y defina para poder enfrentarnos a un sistema socio-económico, el capitalista, que saca beneficio de nuestra posición de subalternidad en el sistema patriarcal, reforzándose así el uno al otro, que propone discursos pseudofeministas que neutralizan la verdadera crítica feminista del sistema.

TEXTO CITADO:

De Miguel, A. 2015. Neoliberalismo sexual. El mito de la libre elección. Ediciones Cátedra (Grupo Anaya), Madird, y Universitat de València. Colección “Feminismos”.

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