La afro-estadunidense Cheryl Clarke há sido uma editora de Conditions, uma revista feminista de Nueva Yorke. Ella es la autora de los libros de poesía Narratives: Poems in the Tradition of Black Women (Narrativas: Poemas en la Tradición de las Negras, New York: Kitchen Table/Women of Color Press, 1983) y Living as a Lesbian (Viviendo como lesbiana, Ithaca , NY: Firebrand Books, 1986). Recientemente ha terminado un libro de poemas narrativos titulado Scarred Rocks (Rocas cicatrizadas). Actualmente es profesora en la Universidad de Rutgers, New Jersey.

El Lesbianismo: Un acto de Resistencia

Cheryl Clarke

Ser lesbiana en una cultura tan supremacista—machista, capitalista, misógina, racista, homofóbica e imperialista como la de los Estados Unidos, es un acto de resistencia—una resistencia que debe ser acogida a través del mundo por todas las fuerzas progresistas. No importa como una mujer viva su lesbianismo – en el closet, en la legislatura del estado, o en la recámara. Ella se ha rebelado contra su prostitución al amo esclavista, ésta corresponde a la hembra heterosexual que depende del hombre. Esta rebelión es un negocio peligroso en el patriarcado. Los hombres de todos los niveles privilegiados, de todas las clases y colores poseen el poder de actuar legal, moral, y/o violentamente cuando no pueden colonizar a las mujeres, cuando no pueden limitar nuestras prerrogativas sexuales, productivas,
reproductivas, y nuestras energías. La lesbiana—esa mujer “que ha tomado a una mujer como amante”1 – ha logrado resistir elimperialismo del amo en esa esfera de su vida. La lesbiana ha descolonizado su cuerpo. Ella ha rechazado una vida de servidumbre que es implícita en las relaciones heterosexistas/heterosexuales Occidentales y ha aceptado el potencial de la mutualidad en una relación lésbica—no obstante los papeles.

Históricamente, la cultura occidental ha llegado a identificar a las lesbianas como mujeres que, a través del tiempo, tienen una serie y variedad de relaciones Sexuales/Sentimentales con mujeres. Yo misma identifico a una mujer como lesbiana cuando ella dice que es lesbiana. El lesbianismo es un reconocimiento, un despertar, un redespertar de la pasión de las mujeres por las mujeres. Las mujeres, a través de las épocas, han pcluado y han muerto antes que negar esa pasión.

La síntesis reciente que se desarrolla del lesbianismo y el feminismo — dos ideologías centradas e impulsadas por mujeres—intenta acabar con el misterio y silencio que rodea al lesbianismo. El análisis que sigue se ofrece como una incisión pequeña contra esa piedra de silencio y secretos. Dedicó esta obra a todas las mujeres ocultadas por la historia cuyo sufrimiento y triunfo han hecho posible que yo pueda decir mi nombre en voz alta.

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No hay un solo tipo de lesbiana, no hay un solo tipo de comportamiento lésbico, y no hay solo un tipo de relación lésbica. Igualmente, no hay sólo un tipo de respuesta a las presiones que las mujeres sufren para vivir como lesbianas. Una visibilidad lésbica más grande en la sociedad no quiere decir que todas las mujeres que están
envueltas con mujeres en relaciones sexuales-sentimentales, se llamen lesbianas ni que se identifiquen con una comunidad lésbica específica.

El predominio de la homofobia causa a muchas mujeres a que se relacionen con una comunidad específica como lesbianas y que ‛‛pasen" de heterosexuales mientras anden entre los ‘‛enemigos". (Esconderse en el “closet” de la pretensión o privilegio heterosexual, sin embargo, no evita el descubrimiento.) Otras pueden ser politicamente activas como lesbianas, pero aun temen expresar abiertamente su lesbianismo mientras atraviesan territorio heterosexual. Después, hay las mujeres que consistentemente se comprometen con relaciones sexuales―sentimentales con mujeres y se ponen la etiqueta de “bisexual”. (Bi-sexual es un término más seguro que el de lesbiana porque sugiere la posibilidad de una relación con un hombre.) Finalmente, hay la mujer que es una lesbiana donde sea y dondequiera, que está en
directa y constante confrontación con la pretensión, privilegio, y opresión heterosexual.

Donde sea que nosotras como lesbianas nos encontremos a lo largo de este muy generalizado continuo político/social, tenemos que saber que la institución de la heterosexualidad es una costumbre que difícilmente muere y que a través de ella las instituciones de hombres supremacistas aseguran su propia perpetuidad y control sobre nosotras. A las mujeres Se les mantiene y contiene por medio del terror, la violencia y la rociada de semen. Es provechoso para nuestros colonizadores confinar a nuestros cuerpos y alienarnos de nuestros propios procesos vitales, así como fue provechoso para los europeos esclavizar al africano y destruir toda memoria de previa libertad y autodeterminación— Margaret Walker y Alex Haley, no obstante.

Asi como la fundación del capitalismo occidental dependió del tráfico de esclavos en el Atlántico Norte, el sistema de dominación patriarcal se sostiene por la sujeción de las mujeres a través de una heterosexualidad obligada. Así es que los patriarcas tienen que abalar la pareja del muchacho­muchacha como algo “natural” para mantener a las mujeres (y a los hombres) heterosexuales y obedientes de la misma manera que el europeo tuvo que alabar la superioridad caucásica para justificar la esclavitud de los africanos. Frente a ese trasfondo, la mujer que elige ser lesbiana vive peligrosamente.

La lesbiana negra, como cualquier otra persona de color en los Estados Unidos, experimenta la sujeción del racismo institucional y puede sufrir igualmente el sexismo homofóbico de su propia comunidad — específicamente la comunidad “política” negra. Uso el término descriptivo “política” entre comillas porque este segmento de la comunidad negra es el que ha elegido aprobar públicamente a la homofobia, cuando en virtud de su credibilidad y visibilidad, sus miembros podrían haber elegido apoyar los derechos civiles, sociales, y personales de las lesbianas negras y los homosexuales negros. Las relaciones con la comunidad negra se hacen muy problemáticas para las lesbianas negras y los homosexuales cuando la comunidad negra contemporánea nos rechaza por nuestro compromiso con la liberación lésbica y homosexual.

La mayoría de las feministas negras están de acuerdo que los hombres negros, como grupo, tienen que examinar y discutir seriamente la opresión histórica de las mujeres por los hombres. Esto se ha empezado entre algunos negros progresistas. El análisis de un pensador y escritor socialista, Manning Marable refleja a una postura de cambio. En una discusión sobre la violencia, Marable les propone este reto a los hombres:

“Para que haya posibilidad de que ocurran cambios fundamentales, la lucha contra la violencia se tiene que hacer dentro de todos los movimientos progresistas sociales. Los hombres teóricos, negros o blancos, que no ponen la lucha por los derechos democráticos y humanos de las mujeres en el centro de sus postulados socio-transformativos están simplemente duplicando las prácticas y los pensamientos predominantes de la antigua sociedad civil, racista y capitalista. A través de un proceso de autocrítica y una re-educación extensa los hombres tienen que romper con la lógica de lo que ha significado ser hombre, para así redefinirse a si mismos y sus
relaciones con las mujeres.” 2

La escritora lésbica negra, Audre Lorde, está de acuerdo con esta posición al escribir lo que sigue:

“…Al hombre negro se le debe conscientizar que el sexismo y el odio a la mujer son una disfunción critica a su liberación como negros porque emergen de la misma constelación que engendra el racismo y la homofobia. Hasta que esa conscientización se efectúe los negros verán al sexismo y la destrucción de las negras como intereses tangentes a la liberación Negra en vez de verse como el centro de esa lucha. Mientras esto siga ocurriendo, nunca podremos empezar este diálogo…que es tan esencial a nuestra sobrevivencia como pueblo. Esta ceguedad continua entre nosotros sólo puede servirle al sistema opresivo dentro del cual vivimos.” 3

Los negros, como ex-esclavos (o sea que ya no “pertenecen oficialmente” a los blancos), tienen más oportunidad para oprimir a las negras. Hoy, no tienen que competir directamente con los blancos para controlar los cuerpos de las negras. Ahora, los negros pueden tomar el papel del “amo” y pueden tiranizar sin obstáculos a las negras. Y así lo hacen los negros. Sólo tenemos que leer los diarios para atestiguar la violencia física que el hombre negro descarga sobre la mujer negra. En su papel de “amo” el hombre negro libremente descarga su violencia y hostilidad sobre le lesbiana negra. El percibe a las lesbianas (que no se dejan manipular por los hombres) de la misma manera que otros hombres ― como caricaturas perversas de la
mmculinidad que amenazan su dominación del cuerpo de la mujer.

Esa percepción, claro, es una ilusión neurótica sugerida a los hombres negros por las exigencias de la supremacía masculina, que los hombres negros nunca podrán realizar ya que les falta el capital y el privilegio racial. Aunque represivas, sofocantes y aburridas (en mi opinión), las nociones occidentales de las relaciones mujer-hombre que adelantan la supremacía masculina ― -siguen siendo apoyadas por el pueblo negro como una posición deseable. Aunque la lesbiana feminista negra amenace el control rapaz del hombre negro sobre la negra, el propósito como ideología política y filosófica es no aceptar la posición superior del hombre negro o cualquier otro.

Ya que a las lesbianas negras no les interesa el pene, nosotras subvertimos uno de los pocos recursos del poder sobre nosotras — la heterosexualidad. Esto los amenaza. De su parte los hombres negros tratan de intimidar a las negras y prevenir que se sumen al feminismo acusándolas de ser lesbianas. Las negras involucradas en lucha de liberación, que entienden la necesidad de organizarse alrededor de nuestra opresión como mujeres, tienen que resistir la intimidación y manipulación por medio de esta táctica perniciosa.

La jota negra , como cualquier jota en los Estados Unidos, se encuentra en todas partes: en el hogar, en la calle, recibiendo ayuda del gobierno, seguro social, en las filas del desempleo, criando niños, trabajando en fábricas, en las fuerzas armadas, en la televisión, en el sistema de escuelas públicas, en todas las profesiones, en la cámara de diputados del estado, en el Capitolio, asistiendo a la universidad o continuando estudios de posgrado, trabajando en administración, etc. Las jotas negras, como cualquier otra mujer no-blanca y de clase obrera y pobre en los Estados Unidos no ha sufrido el lujo, privilegio, ni la opresión de ser dependiente del hombre. Aunque nuestra contraparte masculina ha estado presente, han compartido nuestro trabajo y lucha, nunca hemos dependido de su machismo para que “nos cuide” sólo con sus propios recursos. Por supuesto, es otra “ilusión neurótica” impuesta a nuestros padres, hermanos, amantes, y maridos de que ellos deben “cuidarnos” porque somos mujeres. Traducir: “cuidarnos” equivale a “controlarnos”. El único poder de nuestros hermanos, padres, amantes, maridos es su machismo. Y al menos que la masculinidad no sea embellecida por la piel blanca y generaciones de riqueza privada, tiene muy poco valor en el patriarcado racista capitalista.

Tradicionalmente, los negros y negras que se unían y permanecían juntos y criaban hijos juntos no tenían el lujo de cultivar una dependencia entre los miembros de su familia. Así que las jotas negras, como la mayoría de las negras en los Estados Unidos han sido criadas para ser autosuficientes, o sea no depender de los hombres. Para mí, personalmente, el acondicionamiento para ser autosuficiente y la predominancia de mujeres ejemplares en mi vida, son las raíces de mi lesbianismo. Antes de hacerme lesbiana, frecuentemente me preguntaba por qué se me esperaba no dar importancia, o evitar y hacer trivial el reconocimiento y el apoyo que sentía de las mujeres, a fin de perseguir el asunto tenue de la heterosexualidad. Y no soy única.

Como lesbianas políticas, o sea, lesbianas que resisten los intentos de la cultura predominante de mantenernos invisibles y sin poder, tenemos (especialmente, las lesbianas negras y otras mujeres de color) que hacernos más visibles a nuestras hermanas escondidas en sus closets varios, encerradas en las prisiones del autoodio y la ambigüedad, temerosas de tomar ese paso antiguo de mujeres que se unen más allá de lo sexual, lo privado, lo personal.

No estoy tratando de cosificar ni al lesbianismo ni al feminismo. Trato de mostrar que el lesbianismo-feminismo tiene el potencial de trastrocar y transformar un componente mayor del sistema de la opresión de las mujeres, es decir, la heterosexualidad rapaz. Si el feminismo-lesbianismo radical pretende una visión antiracista, anti-clasista, y antiodio de la mujer que forma una unión mutua, recíproca, e infinitamente negociable; una unión libre de las antiguas prescripciones,.
ciones y proscripciones de la sexualidad, entonces toda la gente que batalla para transformar el carácter de las relaciones en esta cultura, tiene algo que aprender de las lesbianas.

La mujer que toma a una mujer como amante vive peligrosamente en el patriarcado. Y ¡Ay de ella! aun más si elige como amante a una mujer que no es de su raza. El silencio entre las lesbianas-feministas tocante al tema de las relaciones lesbianas entre mujeres negras y blancas en América es causa del viejo tabú de hace siglos y las leyes en los Estados Unidos contra las relaciones entre la gente de color y la de la raza caucásica. Hablando heterosexualmente, las leyes y los tabúes fueron un reflejo del intento del amo esclavista patriarcal de controlar su propiedad al controlar su linaje a través de la institución de la monogamia (sólo para las mujeres), y al justificar los tabúes y las leyes con el argumento de que la pureza de la raza caucásica tenía que preservarse (tanto como su supremacía). Sin embargo, sabemos que sus leyes y tabúes racistas tanto como raciales no se aplicaban a él con respecto a su relación con la esclava negra, así como sus leyes clasistas y tabúes con respecto a la relación entre la clase predominante y los sirvientes obligados por contrato, no se aplicaban a él cuando decidía violar sexualmente a su sirvienta blanca. Los descendientes de cualquiera de las uniones entre el amo blanco de la clase predominante y la esclava negra o la sirvienta blanca no podían legalmente heredar la propiedad ni el apellido de su progenitor blanco o de la clase predominante, solamente heredaban la servil de sus madres.

El tabú contra las relaciones entre la gente negra y blanca fuera de la relación amo-esclavo, superior­inferior se ha propagado en América para evitar que las negras y negros y blancas y blancos, quienes comparten una opresión en común a manos del hombre blanco de la clase predominante, se organicen contra esa opresión en común.

Debido a su blancura, a la blanca de todas las clases se le ha dado, así como al negro debido a que es hombre, ciertos privilegios en el patriarcado racista. La negra, sin tener la hombría ni la blancura, siempre ha tenido una heterosexualidad que los hombres blancos y negros han manipulado a la fuerza y a voluntad. Además, ella, como toda la gente pobre, ha tenido su trabajo que el hombre blanco capitalista ha robado y explotado a su voluntad. Esta capacidad le ha permitido a la negra un acceso mínimo a las migas que se arrojan a los negros y a las mujeres blancas. Así pues cuando las negras y las blancas intentan unirse — sea política, emocional, o sexualmente — traemos esa historia y todas esas cuestiones a la relación. El tabú contra la intimidad entre la gente blanca y negra ha sido internalizado por nosotras y simultáneamente desafiado por nosotras. Si nosotras, como lesbianas-feministas, desafiamos al tabú, entonces empezamos a transformar la historia de las relaciones entre las negras y las blancas.

Debido a la presencia, trabajo y tenacidad de las lesbianas-feministas (tanto como el análisis de intereses múltiples y el activismo), muchas lesbianas-feministas blancas han empezado a cuestionar y cambiar sus actitudes racistas y a extender su perspectiva del feminismo. Por cierto la lucha de las lesbianas-feministas negras para obtener visibilidad ha catalizado a otras lesbianas-feministas (por ejemplo, otras mujeres de color y judías) a identificar formas relacionadas con el racismo, como prejuicios culturales y el antisemitismo en el movimiento de las mujeres. Todas juntas hemos trabajado para borrar el estereotipo del movimiento feminista como exclusivamente blanco, de la clase media, heterosexual, y dominado por mujeres entre las edades de los 25 y 35 años, porque hemos reclamado nuestro territorio en él. En su ensayo comprensivo y fundamental, “Hard Ground: Jewish identity, Racism and Anti-Semitism” (“Tierra dura: La identidad judía, el racismo, y el antisemitismo”), Elly Bulkin reflexiona sobre su decisión de efectuar cambios en su creencias antiracistas las que llegaron a ser una lección y un modelo para su activismo sobre el antisemitismo:

“…Por cierto cualquier atención que se ha dado al racismo por las feministas blancas ha sido resultado de más de una década de trabajo de mujeres de color quienes constante y ruidosamente han exigido que se atienda al racismo dentro y fuera del movimiento de mujeres. Aunque yo he sostenido esa idea por mucho tiempo, por ejemplo, que el racismo, tanto como otras opresiones, era injusto, no tengo ninguna ilusión que yo hubiera empezado a actuar sobre esa creencia antiracista sin la presencia de mujeres de color.”4

Los temas más importantes para mí en este período de mi vida son las relaciones con las mujeres y mi trabajo. Y en esta época del Reaganismo y el atrincheramiento de la derecha radical, me preocupo de las amenazas a estos derechos. Uso la palabra “derechos” conscientemente y aun considero la facilidad relativa con que yo pueda ser una lesbiana en los Estados Unidos como una libertad tenue. También estoy consciente de los que no tienen las mismas alternativas que yo tengo o que tienen que vivir esas alternativas en el closet. Esencialmente, mi trabajo y mis relaciones son semejantes a Nicaragua — en peligro de ser destruidos. Por cierto, la amenaza no es tan inmediata ni mortal como los bombardeos aéreos por los contra-revolucionarios financiados por los Estados Unidos, pero la amenaza prevalece a pesar de todo. Recuerden la decisión de la Corte Suprema de los Estados Unidos en el 30 de junio de 1986 de mantener las leyes asignadas por el estado contra la sodomía (Bower vs. Hardwick).

Mientras mucha de la cercenadura y represión en los Estados Unidos no tienen “lesbiana” escrito sobre ellas, sabemos que nos afectarán como lesbianas, porque estamos en la resistencia. Cuando a las mujeres, gente de color, trabajadores, y revolucionarios se les ataca, se les ataca a las lesbianas. Así pues aun tenemos que luchar, y aun tenemos que educar.

Es una de mis esperanzas como lesbiana—feminista que más mujeres ahora y en el futuro, debido a nuestra visibilidad, trabajo, y energía, pongan más valor a sus relaciones con mujeres y elijan abiertamente al lesbianismo, como una política, como un modo de vida, como una filosofía, y como un plan vital.


Notas de referencia

1. ludy Cirahn, “The Common Woman”, The Work Ofa Common Woman
(La obra de la mujer Común). Oakland, CA; Diana Press, 1978), p. 67.
2. Manning Marable, ‘‛The Cultural Dialectícs of Vi0lence‛’ (“La dialéctica
cultural de la violencia”), From the Grassroots: Social and Political
Essays Towards Afro-/imerican Liberation (Desde el pueblo: ensayos
políticos y sociales para la liberación afroamericana), Boston: South End
Press, 1980, p. 107.
3. Audre Lorde, “Se×iSm: An American Disease in B|ackface’‛ (‘‛El sexismo:
una enfermedad americana con máscara negra”), Sister Outsider: Essays
and Speeches (Hermana fuereña: Ensayos y discursos) Trumansburg,
NY: The Crossing Press, 1984, p. 64.
4. Elly Bulkín, “Hard Ground: Jewish identity, Racism, and Anti―Semitism”
(“Tierra dura: La identidad judía, el racismo, y el antisemitismo”), en
E. Bulkin, M. P. Pratt, B. Smith, eds., Yours in Struggle: Three Feminist
Perspectives on Anti­Semitism and Racism (Contigo en la lucha: tres
perspectivas feministas sobre el antisemitismo y el racismo), Ithaca, NY:
Firebrand Books, 1984, p.146.