devenir abortiva*
Laniñx Monstrua,
publicadas en el fanzine POESIA.NOT.DEAD –
.escrituras desde el cuerpo, desde la rabia y nuestras propias experiencias.
.ahora, reflexionamos desde nosotras mismas.
hoy escribo desde mí. en primera persona. desde mis propias experiencias y sensaciones, aquellas que transitan mi cuerpo, sin previo aviso. un cuerpo. infinitos cuerpos. habitados por miles de experiencias distintas, aunque en el fondo sean la misma. porque todavía vivimos en este mundo que muchas veces se nos aparece como ajeno, pero que es bien nuestro; producto de nuestras propias prácticas y formas distintas de pensarlo, de pensarnos. un mundo e infinitos mundos a la vez. ahí, nosotrxs latentes. intensxs. es ahí donde empieza nuestra propia historia.
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Yo aborté cuando tenía 17 años. O mejor dicho, tuve el privilegio de abortar en la clandestinidad. Y lo digo con el menor tono de horror que muchxs le ponen al asunto. Porque la pregunta para mí es cómo hacer del aborto una experiencia vivible, digna, riquísima, poderosa para quienes la elegimos; antes que hacerla una estadística, una fatalidad hecha eslogan político, un callejón sin salida. Pero esto no significa negar que, como toda experiencia tiene una diversidad de tintes, de pliegues, de vueltas, de idas y venidas, de huidas, de fugas. Tiene todo lo que una experiencia debe tener: es única.
Si tuviera que describirla diría que no fue una experiencia política en sí misma, porque algunas simplemente no la vivimos como tal, sino más bien como el puro ejercicio de la libertad, porque en última instancia de eso se trata.
Abortar es esto: ni más que el ejercicio de la libertad, ni menos que una experiencia intensa, una intensidad que nos atraviesa de manera total, filosa, desigual y milimétrica. Es eso, y también es devenir abortiva a la Alberto Bassi: “fea, sucia y mala”. Es devenir pecadora.
Ser todo eso me encanta.
Si tuviera que describir la libertad, diría que se caracteriza por ser eminentemente abortiva. Aborto cada vez que me encuentro en una situación que no elijo. O sea que abortamos prácticamente todo el tiempo, de manera continua y a lo largo de toda la vida.
La libertad, como yo la creo, no se trata de un mero derecho. Y abortar no se trata simplemente del derecho a hacerlo. Lo cierto es que no se trata del derecho en sí, ni de su legalidad formal y superficial. Aunque a fin de cuentas, todo eso nos pesa en el cuerpo, sobre el cuerpo, y a la vez nos atraviesa de manera fatal.
La Ley me pesa en el cuerpo. Y a la vez me la quiero sacar.
El derecho, esa frase que decimos todo el tiempo: “yo tengo derecho a…”, en el mejor de los casos viene a legalizar el ejercicio de una práctica de libertad. En el peor, la creemos. Y la creemos profundamente. Creemos que tenemos “derecho a…”, para luego necesitar de alguien que lo legitime y reconozca. Y en ese camino, el derecho ya no lo tenemos, o mejor dicho, ya lo tiene otro.
A mí nadie me puede otorgar el “derecho a elegir” como tampoco me lo pueden quitar, porque la libertad de elegir antes que un derecho, primero es un hecho.
La libertad de elegir de la que hablamos no tiene que ver con la idea de ser ciudadanas: madres, blancas, lindas, ordenadas, respetuosas y buenas esposas.
La libertad de elegir no es el “derecho al voto”.
La libertad de elegir no está en ninguna constitución.
La libertad de elegir no se escribe en un papel.
La libertad de elegir tampoco está en la Ley.
Se me ocurre que vivimos en una sociedad donde la libertad está legalizada, o sea que sólo existe en lo formal. Es una libertad abortada, truncada, mediatizada, absurda, hipócrita.
Por otro lado, creo que la libertad de elegir es más bien, una acción.
Abortar, en nuestros propios términos, es eso: una acción antes que un derecho. O en todo caso, el derecho viene después: viene a penalizar esa acción, a someterla a juicio-legal. Y en ese mecanismo devenimos pura ilegalidad. Somos formal y legalmente ilegales, irresponsables, culpables, juzgables, formalmente monstruosas, “feas, sucias y malas”. Devenimos monstruas.
Abortar es además la acción que evade completamente a la norma heterosexual.
Se corre del eje. Es algo que no se espera. Descentra.
Aborto al político que osa decir que me representa.
Aborto a la presidenta porque no creo en el voto.
Aborto a la autoridad que cree tener el poder de subordinarme.
Aborto a la Ley del Padre.
Aborto a la familia.
Aborto a la institución de la heterosexualidad y su lógica matrimonial.
Aborto a la normalidad compulsiva.
Aborto a las parejas heterosexuales: esas que vienen en formato de sexos opuestos, o del mismo, da igual, porque la heterosexualidad es una forma de relacionarse y no sólo el mito de que los sexos opuestos se atraen, se complementan y el cuento del amor romántico.
Aborto a la persona que no quiero: esté viva o esté por nacer, da igual porque el hecho es que no la quiero en mi vida.
Cuando elijo decir no: aborto.
No aborto a las personas que sí quiero y deseo su compañía.
No aborto a las amigas.
No aborto a la alegría de sentirme y sentirnos vivas.
No aborto a las “feas, sucias y malas”. Porque yo soy una.
No aborto a la rebeldía.
No aborto a las indefinidas.
No aborto a las pecadoras.
No aborto a las putas.
No aborto a las abortivas.
Y eso sucede todo el tiempo.
Creo que la libertad existe en última instancia cuando se la ejerce, existe como acto. En nuestros propios términos, la libertad es eminentemente abortiva o no es. Y abortar es nuestro más legítimo mecanismo de auto-defensa.
Re-apropiarnos de este ejercicio significa también que quienes abortamos no somos víctimas sino sobrevivientes. Y como tales somos, existimos, vivimos y nos reímos. Sí, nos reímos de tu mirada, de tus pre-juicios, de tus miedos, pero también de los míos, por suerte todavía nos reímos de nosotras mismas.
Y como todo ejercicio de la libertad en este mundo, tiene sus costos. El desafío está en saber cómo lidiar con ellos. Hacer de nuestra existencia una poderosa experiencia.
Por último, hay una lógica tramposa que nos pone en jaque, pero que se desbarata cada vez que devenimos abortivas…
Si el argumento es: “cómo te dejaste embarazar”, sos una boluda, inmadura, un ser inferior incapaz de decidir qué es lo que quiere, cuándo y con quién. Una víctima, frágil, sin autonomía.
Si el argumento es: “vos te lo buscaste”, sos una puta y te tenés que hacer cargo porque es tu culpa, y nada más que tuya.
O somos santas o somos putas.
O somos niñas o somos mujeres adultas.
O somos víctimas o cómplices.
O somos unas o somos las otras.
Pero nunca somos nosotras.
De todo esto se trata abortar: hay que decirlo de una vez por todas, cuando abortamos hablamos por nosotras mismas, y en eso consiste la libertad.
:::devenir (A)bortiva:::